1. Una conmemoración que no basta.
Cada primer domingo de junio, Colombia celebra el Día del Campesino, una fecha institucionalizada desde 1965 por el entonces presidente Guillermo León Valencia. Esta conmemoración busca reconocer el papel fundamental del campesinado en la provisión de alimentos, la protección de la biodiversidad y el desarrollo nacional. Sin embargo, más allá de los actos simbólicos y las menciones políticas protocolarias, el país sigue fallando en otorgar al campesinado lo que realmente merece: derechos plenos, garantías reales y una voz vinculante en las decisiones que afectan su vida y sus territorios. "Celebrar sin transformar es mantener el abandono con flores" un teatro.
2. Tierra de contradicciones y olvidos.
El campesinado colombiano —según cifras del DANE y organizaciones rurales— representa cerca del 30% de la población nacional, y, sin embargo, concentra los peores indicadores sociales: altas tasas de pobreza multidimensional, acceso limitado a salud, educación, servicios públicos, tierra y justicia. La tenencia de la tierra sigue siendo profundamente desigual: menos del 1% de los propietarios concentran más del 80% de las tierras fértiles. A pesar de que su trabajo es indispensable para garantizar la seguridad alimentaria, los campesinos trabajan en condiciones precarias, sin garantías laborales ni políticas públicas estructurales. El olvido es estructural, no accidental. ¿Cuánto tiempo tienen que esperar los campesinos para ver un cambio en los campos de Colombia?
3. Juventud campesina: del olvido a la acción política.
El 17 de abril, el Día Internacional de las Luchas Campesinas, recuerda al mundo la resistencia del campo frente al despojo, la explotación y la violencia. En Colombia, esta fecha debería ser asumida por la juventud como un punto de inflexión. Es inadmisible que los nuevos liderazgos políticos repliquen la indiferencia histórica. La curul especial para jóvenes campesinos en los Consejos de Juventud por ejemplo representa una oportunidad y una herramienta poderosa si se toma con seriedad y se convierte en vehículo para la reivindicación, no en simple cuota simbólica. La juventud tiene la responsabilidad moral y política de transformar la representación rural en una agenda seria de acciones concretas y transformadoras.
4. La hora de las soluciones estructurales.
La reforma rural integral, el reconocimiento del campesinado como sujeto de derechos, el acceso a servicios de calidad, la conectividad rural, el fortalecimiento de economías campesinas y la protección frente al despojo son medidas urgentes. No basta con subsidios temporales ni discursos de ocasión. Se requiere una política de Estado que entienda que el desarrollo rural no es una concesión, sino una obligación constitucional. El campo no puede seguir siendo una promesa aplazada ni una ficha en el ajedrez político. Algunas soluciones existen, pero requieren voluntad política. No hay transformación real sin justicia agraria.
5. Un llamado a la conciencia colectiva.
La ciudadanía colombiana tiene el deber ético de reconocer que sin campesinos no hay país. No se trata solo de la comida en la mesa: hablamos de soberanía alimentaria, defensa ambiental, identidad cultural y estabilidad democrática. Urge rechazar la instrumentalización del campesinado por parte de la política tradicional, así como su sometimiento a las dinámicas del narcotráfico y del conflicto armado. La deuda histórica con el campesinado no se paga con aplausos, se salda con decisiones. Colombia no tendrá paz ni desarrollo sostenible mientras su población rural viva en condiciones de precariedad. Defender al campesinado es defender la vida, la tierra, la soberanía y la dignidad de un país que aún tiene una profunda raíz rural. El verdadero homenaje no se hace un domingo, se construye cada día con justicia y equidad.
Por:
Walter Duarte H - Columnista
Disruptivos por Colombia.
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