MIGUEL URIBE TURBAY: ATENTADO A LA DEMOCRACIA, RETROCESO EN LA HISTORIA Y PUNTO DE INFLEXIÓN EN COLOMBIA
1. La violencia política no tiene justificación: ni antes, ni ahora, ni nunca.
Cualquier ciudadano puede tener la orientación política que quiera, y uno puede o no estar de acuerdo, pero el intento de homicidio contra el precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, ocurrido el pasado 6 de junio, es un hecho absolutamente repudiable desde toda perspectiva humana y democrática, al mismo tiempo representa una herida profunda a la ya frágil institucionalidad política del país. Lo primero, sin titubeos, es expresar una condena rotunda al atentado no con un mensaje escueto de tendencia, sino con este texto, donde abiertamente quiero manifestar mi solidaridad con la familia, así mismo con los simpatizantes y con todos los Colombianos que ven en la política un espacio para el debate de ideas, no para el aniquilamiento del otro. Pensaba... he estado en todos los roles, como ciudadano, activista, estratega y también como candidato, y no puedo estar más consternado al imaginar ese episodio y recordar cuantas veces he estado expuesto por expresar lo que siento o pienso, pensar en mi familia, en mi equipo, en general el evidente riesgo el que se toma. La violencia como herramienta de competencia electoral nos devuelve a las tinieblas de nuestra historia política más dolorosa. Como dijera John F. Kennedy, “Aquellos que hacen imposible la revolución pacífica harán inevitable la revolución violenta”, y en Colombia esa advertencia se convirtió en rutina histórica con el fin de conseguir lo que algunos infames han querido. Pero no podemos resignarnos.
2. Colombia: una democracia marcada por la sangre de sus líderes.
Nuestro país ha sido tierra fértil para el uso de la violencia como dispositivo de control político. Rafael Uribe Uribe en 1914; Jorge Eliécer Gaitán en 1948; Jaime Pardo
Leal en 1987; Luis Carlos Galán en 1989; Bernardo Jaramillo y Carlos
Pizarro en 1990; Álvaro Gómez Hurtado en 1995: siete vidas, siete sueños presidenciales truncados por el plomo de la intolerancia (Sin contar los Ministros, Gobernadores, Alcaldes, Concejales, lideres socales y los que milagrosamente se salvaron). Es un patrón histórico que, lejos de resolverse, amenaza con replicarse en nuevas formas de violencia. Hoy, con Miguel Uribe, la sombra de ese pasado revive, recordándonos que, aunque las armas cambien de manos o los motivos sean distintos, los métodos de quienes odian la democracia siguen siendo los mismos en el juego del "TODO VALE". Cuando la palabra pierde su valor, la violencia ocupa su lugar. La política, como decía Max Weber, es el ejercicio de la razón en medio de la pasión, pero en Colombia la pasión y ambición desbordada se ha convertido en gasolina para la barbarie; esa misma que muchas veces ha sido ideada desde los mismos sectores que sienten en riesgo sus intereses.
3. Polarización y odio: el veneno que carcome la democracia y la institucionalidad
Estamos ante un punto de inflexión. ¿A quién le conviene este atentado? Esa pregunta incomoda porque revela verdades sobre la degradación de la política y del debate público. La polarización no es solo un problema de redes sociales o de partidos enfrentados: es una estructura emocional impuesta sobre el país. El señalamiento permanente, la estigmatización del contradictor, la construcción del “enemigo interno” desde trincheras ideológicas, son semillas de odio que inevitablemente germinan en violencia. Quienes desde la retórica agitan el resentimiento o trivializan el conflicto deben asumir la responsabilidad ética de los climas que siembran.
Este atentado, además de infame, debe leerse en el contexto de una polarización que ha roto todos los límites éticos. La política colombiana parece haber olvidado que el adversario no es un enemigo a destruir. En un clima donde todo se reduce a “ellos o nosotros”, la deshumanización se normaliza y, con ella, se siembra el odio. Esta crispación no es espontánea: ha sido fomentada desde todas las orillas, alimentada por discursos incendiarios y amplificada por redes sociales que premian el escándalo y no el argumento. Como advirtió Umberto Eco, “la intolerancia no empieza con actos de violencia, sino con palabras desprovistas de razón y saturadas de desprecio”. Esa es la matriz de donde germinan estos hechos.
4. De la plaza pública al algoritmo: entre la posverdad y el aislamiento digital
Con este hecho atroz, se apertura un nuevo ciclo electoral, seguramente la política estará migrando de las plazas públicas a los algoritmos digitales. Pero no es un avance automático hacia una mayor participación, sino un terreno fértil para la posverdad, la manipulación y el espectáculo. El atentado puede agudizar la tendencia a una campaña virtual, emocionalmente manipulada, y alejada del contacto humano. La ciudadanía debe estar alerta frente a los intereses que se disfrazan de opinión, pero actúan como propaganda para dividir, confundir o justificar el autoritarismo en nombre del orden. Si reina el miedo, la confusión o la frustración muchas cosas inimaginables pueden ocurrir en lo electoral.
El intento de homicidio también puede marcar un viraje en la forma de hacer política en la campaña rumbo a la presidencia: menos calle, menos contacto humano, más refugio en pantallas. Pero repito, ese no es un triunfo de la civilidad, sino de la desconfianza. El escenario digital, lejos de democratizar el debate, ha sido instrumentalizado por la propagación de narrativas cargadas de mentira, desinformación y manipulación emocional. El riesgo no es solo perder el cuerpo a cuerpo, sino la capacidad de confrontar ideas en espacios comunes. Hannah Arendt advertía que la libertad política requiere del ágora, del espacio compartido donde se ve y se es visto. Sin ese espacio común, la democracia se convierte en un espejismo donde el más ruidoso parece el más legítimo (OJO CON LAS BODEGAS Y CAMPAÑAS DIGITALES).
5. Resistir la estrategia del miedo y defender la democracia.
La lucha hoy es por defender la democracia en su sentido más noble: el reconocimiento del otro como interlocutor válido. La ciudadanía debe rodear las instituciones sin dejar de exigirles transparencia y efectividad. Pero también debe abrir los ojos ante las estrategias sucias que pretenden convertir la contienda electoral en una guerra sin reglas. La Colombia del futuro no puede construirse sobre el miedo ni sobre la sangre. Debe fundarse en la confianza, la verdad y la justicia. La investigación a fondo con resultados fidedignos y oportunos sobre el atentado a Miguel Uribe Turbay nos permitirá abrir los ojos, de lo contrario estaremos una vez más esclavos de una mentira, o lo peor de una desesperanzadora impunidad. ¿qué estamos haciendo, como sociedad, para no repetir la historia?
Rodear las instituciones, sí, pero también transformarlas para que sean verdaderamente garantes de participación, justicia y paz. El pueblo colombiano debe abrir los ojos: el atentado es también un mensaje mafioso de quienes quieren recuperar sus privilegios o no quieren ver en riesgo sus intereses. La respuesta no puede ser el miedo ni la venganza. La respuesta es una movilización ética. Como escribió Paulo Freire, “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Hoy más que nunca se requiere pedagogía política, liderazgo ético y movilización ciudadana.
Si la política es la lucha por el poder, la democracia es la lucha por ejercer el poder sin matarnos.
Walter Duarte H - Columnista.
Disruptivos por Colombia.
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