1. De la razón al absurdo: el drama humano de la incoherencia.
El ser humano es, sin duda, la especie con mayor capacidad de abstracción, creación simbólica, pensamiento crítico y planificación compleja. Y sin embargo, nuestra historia está plagada de contradicciones, irracionalidades y actos de barbarie que ningún otro animal comete. ¿Cómo puede la especie que diseñó los derechos humanos, la democracia y la ética, ser la misma que lanza bombas sobre niños, destruye el planeta y normaliza la miseria? Tal vez, como decía Erich Fromm, “hemos desarrollado una inteligencia técnica descomunal, pero no una sabiduría moral equivalente”. La modernidad nos enseñó a dominar la naturaleza, pero no a dominarnos a nosotros mismos. En Colombia, esa contradicción se vive a diario en cada territorio donde conviven la esperanza de comunidades resilientes con la violencia política, el extractivismo desenfrenado y el abandono estatal.
2. La guerra: ¿naturaleza humana o fracaso de la civilización?.
Desde tiempos antiguos se ha debatido si la guerra es parte de la esencia humana o una construcción cultural mal aprendida. Lo cierto es que la Primera Guerra Mundial se desató por un nacionalismo desbordado y alianzas imperialistas; la Segunda, por el totalitarismo y el odio racial. Hoy, las tensiones entre Rusia y Ucrania, Israel, Palestina, Irán y Medio Oriente, Corea del Norte y Corea del Sur, y los conflictos armados internos en Colombia, reflejan no solo intereses geopolíticos, sino una falta profunda de mecanismos éticos y políticos eficaces. ¿Estamos al borde de una tercera guerra mundial? Quizá no aún en términos globales, pero sí vivimos múltiples guerras locales con consecuencias internacionales. La violencia ya no necesita una guerra mundial para ser universal: es cotidiana, viral, "naturalizada" y espectacularizada. ¿Será que la humanidad, como advirtió Albert Einstein, “no será destruida por quienes hacen el mal, sino por quienes los miran sin hacer nada”? Cómo reza una frase del gran Eduardo Galeano -muy publicada en redes sociales-... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez.
3. Narrativas que separan, ¿Existe una que nos una?
Las historias que nos contamos como especie -religiosas, políticas, culturales- han sido el pegamento de las civilizaciones, pero también su espada. Han creado sentido de pertenencia, pero a costa del “otro”: el infiel, el hereje, el extranjero, el disidente. Las cruzadas, la inquisición, los genocidios, las guerras ideológicas, y los conflictos étnicos han sido narrativas en choque. Y en la era moderna, el nacionalismo exacerbado y la polarización política continúan alimentando esa lógica. ¿Por qué no hemos sido capaces de construir una narrativa verdaderamente universal, donde el ser humano sea ciudadano del mundo antes que súbdito de banderas? Como decía Carl Sagan, “nuestra lealtad debe ser con la especie humana y con el planeta Tierra”. En Colombia, urge transitar de las narrativas excluyentes del “enemigo interno” del "Comunismo, Castrochavismo y de la guerrilla o el paramilistarismo" hacia una verdadera narrativa del cuidado colectivo, la dignidad humana y la reconciliación como horizonte ético y político.
4. Política: ¿instrumento de redención o de destrucción?
La política nació como el arte de resolver pacíficamente las diferencias. Pero su ejercicio ha sido capturado por una lógica de poder desnudo, desvergonzado, incoherente y ruin, donde el fin justifica los medios, y los medios suelen ser el engaño, la exclusión y la violencia sin límites (Ver el caso Miguel Uribe y los 7 candidatos presidenciales asesinados en Colombia). Los grandes pensadores —desde Aristóteles hasta Habermas— vieron en la política una vía de civilización. Hoy, sin embargo, observamos cómo la corrupción, la manipulación mediática de la prensa, los influenciadores y las redes sociales y la indiferencia moral contaminan los procesos democráticos. En Colombia, el ejercicio político ha sido instrumentalizado por clanes, maquinarias y elites que utilizan la institucionalidad para perpetuar sus intereses. El resultado: un pueblo históricamente dividido y enfrentado, millones de muertos, millones de desplazados, un Estado que falla en garantizar la vida, pero nunca en proteger los privilegios de quienes posan de ser defensores de la patria, la democracia, la gente y la economía -Cinismo absoluto-. Como advirtió Hannah Arendt, “la política ha dejado de ser el lugar de lo común para convertirse en el campo de batalla de intereses privados disfrazados de voluntad general”.
Quizá haya llegado la hora de recordar que el poder que no se pone al servicio del bien común, inevitablemente se vuelve en contra del pueblo que lo otorgó y “un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción” Simón Bolívar; pero... más destructivo aún es un pueblo lúcido sometido a una política perversa. ¿Qué piensan los jóvenes?
5. Cooperar o perecer: la hora de la conciencia colectiva.
La verdadera fortaleza del ser humano no es su fuerza física, sino su capacidad de cooperar en grupos amplios, diversos y organizados. La cooperación, como diría Yuval Noah Harari, fue nuestro superpoder evolutivo. Pero hoy está bajo amenaza por ideologías que exaltan el individualismo, el supremacismo y la desconfianza. ¿Cómo despertar a una humanidad que parece anestesiada? Tal vez con lo que Paulo Freire llamaba “la pedagogía del oprimido”, es decir, una educación política, crítica y liberadora que devuelva a las personas la capacidad de pensarse como sujetos activos del cambio. En Colombia, eso implica que jóvenes, mujeres, pueblos indígenas, comunidades campesinas y urbanas se unan para exigir una democracia real, una paz con justicia social, y un desarrollo que respete la vida en todas sus formas. Porque, como decía Rosa Luxemburgo, “quienes no se mueven, no sienten las cadenas”. Y hoy más que nunca, necesitamos movernos, con conciencia rompiendo los actuales esquemas, sin duda... hacia un nuevo pacto civilizatorio.
Por:
Walter Duarte H - Columnista
Disruptivos por Colombia.
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