LA NATURALIZACIÓN DE LA CORRUPCIÓN COMO ESTILO DE VIDA EN LA SOCIEDAD COLOMBIANA.

Uno de los temas más polémicos, paradójicos y escandalosos que está presente en el diario vivir de la sociedad colombiana es la corrupción. Se ha discutido, denunciado y publicitado tanto sobre esta materia que al igual que la horrorosa violencia ya parecen un asunto intrínseco de nuestra forma de vida, de comprender el sistema y de actuar bajo su dinámica en cada comunidad.

¿En qué momento la sociedad aceptó, adopto y normalizó la corrupción como modelo y estilo de vida? ¿Son la trampa, el saqueo y el interés individual elementos que debemos normalizar para nuestra supervivencia? ¿Es imposible erradicar la corrupción como tesis intrínseca de la gestión pública y privada?

La noticia de la muerte sorpresiva del exsenador Mario Castaño, contador público, profesor universitario, sindicalista y empresario cuestionado del departamento de Caldas, generó conmoción en el escenario político nacional; para los salpicados de la clase política tradicional un festejo, un parte de tranquilidad, en especial por lo sabido en el escándalo de las Marionetas; para analistas y críticos un mar sombrío de inquietudes y sospechas (Así murió Jorge Enrique Pizano… llevándose a la tumba muchos secretos, caso Odebrech)

Como lo mencioné en la anterior columna, la corrupción está haciendo metástasis con más fuerza en la democracia Colombiana y todas sus instituciones, en el caso de las Marionetas se perdieron presuntamente más de $ 112.000 millones en sobornos y coimas y, si detallo una lista de carruseles y entramados de corrupción de los últimos años, la lista es escandalosa e interminable… Colombia Gate (80 Millones de euros), Centro de Rehabilitación Funcional del Batallón de Sanidad (6.7 millones de dólares a enero de 2023), Sociedad de Activos Especiales (SAE) Antes Dirección nacional de estupefacientes (Valor sin estimar), Caso Centros Poblados (70.000 millones), Escándalo Memo Fantasma y Marta Lucía Ramírez (Lavado de activos), Escándalo en la Universidad Distrital de Bogotá (11.000 Millones), El Guavio (15.000 millones), Foncolpuertos ($ 2,5 billones de pesos), Interbolsa ($ 300.000 millones), Carrusel de la contratación en Bogotá ($ 2,2 billones), Saludcoop ($ 1,4 billones), Fidupetrol ($ 500 millones), Odebrecht (US$ 32,5 en sobornos a funcionarios y contratistas en Colombia) Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE) ($ 30.000 millones), Cartel de la toga, cartel de la contratación, del azúcar, del cemento, de los medicamentos, del papel higiénico, de los cuadernos… (Sin mencionar la infinidad de casos en cada departamento o municipio).

La naturalizada corrupción, legitimada y normalizada por una gran parte de la sociedad Colombiana le quita anualmente 50 billones de pesos a los Colombianos. Pero lamentablemente no se logra comprender los efectos de la corrupción y el saqueo en nuestro país hasta cuando la misma toca la vida y los derechos de las personas… cuando el agua potable no llega, la calle principal es camino de herradura y se accidenta el motociclista, la cita médica no es oportuna, la atención clínica es inhumana, el proyecto productivo aprobado no es el mejor sino el del amigo del político, el subsidio llega al que menos lo necesita, la beca y el trabajo es brindado a quién está en la rosca sin mérito o simplemente cuando las mansiones, los vehículos de alta gama, los viajes y las empresas son adquiridas de forma presuntuosa e irregular por quienes nos gobiernan. ¿Hasta dónde queremos llegar? 

Lo evidenciado de mi parte en las elecciones territoriales del pasado 29 de octubre del 2023 no es alentador, creo que fue un paso necesario para comprender con claridad donde nace la corrupción, cosa -no exclusiva- de la clase política, pues es vicio de nuevos candidatos que hábilmente engañan con discursos de cambio, honestidad y transparencia, pero aceptan y replican el patrón del saqueo para impresionar a los electores, impulsados sobre todo por los “lideres políticos de barrios y veredas”, otros grandes responsables de esta debacle, para mí, comerciantes de la politiquería, que transan votos humanos cada elección como mercancía electoral, por x millones de pesos, x contratos públicos, o favores burocráticos y otros deleznables deseos.

Si sigue esta cultura individualista y egoísta basada en lo mafioso, la extravagancia, el acceso al dinero rápido y sin esfuerzo y otros patrones, la ilegalidad, la trampa, el saqueo no van a cambiar, por el contrario, se van a reproducir con más fuerza, no importa el escenario, el nivel institucional o social o la orientación ideológica, a la final la historia ha demostrado que de izquierda o de derecha pueden robar lo mismo.

¿Y a dónde queda el cambio, la ética y los buenos líderes? Solos.
¡Despierta Tolima! ¡Despierta Colombia!

 


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